miércoles 19 de marzo de 2025
- Edición Nº2296

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El último taxidermista: Domingo Armando Apud

"El artista de los animales muertos vivos", "el hombre de la taxidermia", "el taxidermista", son algunos de las denominaciones que recibe Domingo Armando Apud, de 76 años, uno de los pocos especialistas en la tarea de darle un soplo vida a animales muertos, y lo comenta complacido: "estoy acostumbrado a que me presenten de esa manera".



La taxidermia es un oficio milenario, que data del antiguo Egipto, y que busca conservar a distintas especies de animales. Actualmente aprender este arte no es tarea sencilla porque no existe una carrera universitaria que la enseñe. Esta labor que se nutre de otras ciencias, y que requiere de mucha minuciosidad, parece estar en vías de extinción.

Apud nos espera sentado, tomando un café en el bar de Plaza Islas Malvinas de La Plata. Nos dice que tiene poco tiempo porque en una hora lo espera un grupo de alumnos que quieren hacerle unas consultas sobre su trabajo. Aclara que si bien ya está retirado de la profesión siempre está dispuesto a enseñar.

Apenas nos presentamos empieza a contarnos que su infancia la vivió en su Villa Ocampo natal, provincia de Santa Fe, en donde convivió con toda clase de animales, desde insectos, hasta víboras y yacarés, marcando de alguna forma a lo que se dedicaría más adelante.

“Siempre me encantó vivir en ese lugar, por más que tuviera que ver las víboras cerquita, fue una experiencia mía en todo sentido. Lo hice hasta los 16 años, después no quería saber más nada de vivir en mi pueblo y dije me voy a la gran ciudad a buscar mi futuro, algo distinto”, recuerda y la expresión de sus ojos verdes cambia. Esa decisión lo llevó hasta Buenos Aires donde descubrió su pasión por eternizar animales en el Instituto Superior de Taxidermia de Conservación, donde obtuvo su primer título y donde, también, posteriormente se recibió de profesor.

En su formación, nos cuenta que tuvo a diversos profesionales: un médico clínico, una veterinaria, un biólogo, un zoólogo y hasta un cura párroco que tenía conocimientos sobre animales del sur. “La mayoría de mis compañeros o se volvieron a sus países de origen o emigraron, yo fui uno de los pocos que se quedó en el país”, nos dice y agrega “de esto hace más de 50 años”.

Domingo recuerda que nunca tuvo miedo a los animales y estaba acostumbrado a manipularlos. “Mi mamá lavaba la ropa en esos fuentones grandes y cada vez que levantaba el fuentón se aparecía una víbora. Estaba lleno de animales de distintas especies”, dice y cierra sus ojos como evocando ese momento. Haciendo un repaso por su infancia, comenta que su padre tenía un negocio de ramos generales y una pulpería donde iba la gente de campo a beber. “Mi papá juntaba los sobrantes en los vasos y en ese alcohol ponía insectos como las cucarachas. Luego las ponía en una tablita y les iba dando forma, acomodaba las patitas. Yo lo miraba escondido y pensaba: puedo hacer algo mejor que eso”, dice y se ríe, luego añade: “Ese es el primer recuerdo que creo me llevó al Instituto de Taxidermia en donde aprendí a hacer de todo”.

DIFERENCIA ENTRE TAXIDERMIA Y EMBALSAMAMIENTO

 

La taxidermia consiste en la conservación de especies animales inertes, manteniendo un aspecto lo más naturalmente posible, es decir, como si estuviesen vivos aún, un proceso que comúnmente se conoce con la palabra disecar. La taxidermización diseca sólo la piel del ejemplar, usando algunos huesos y reemplazando los que faltan por otras estructuras. En cambio, el embalsamamiento conserva natural o artificialmente el ejemplar en su totalidad.

En este punto, el taxidermista utiliza productos para disecar animales como los antisépticos, responsables de frenar la proliferación de microorganismos. También se emplean aceites inhibidores del mal olor y sustancias con creolina y nitrato de potásico para la limpieza y desinfección de las cavidades.

“El embalsamamiento es un proceso un poco más costoso y se necesita un equipo eyector para poder hacer un lavado interno, ya sea por la parte alta o la parte baja, para extraer todos los fluidos. Después se inyectan soluciones químicas para conservarlo y a su vez se ponen inyecciones en toda la masa muscular para conservarla. Es un poco más dificultoso por todo lo que conlleva la conservación de las vísceras y por eso también es mucho más caro”, aclara.

Domingo supo tener un pequeño museo en su taller de Los Hornos de más de 500 ejemplares entre los que se encontraban yacarés, pingüinos, ñandúes, víboras, ciervos, pescados, aves hasta insectos. En el 2023 donó su colección a la profesora María Virginia Gentile, del Instituto Superior Docente y Técnica (ISFDyT) N°9, para que puedan seguir usando el material educativo en sus prácticas docentes, y se quedó sólo con algunos insectos como una cigarra, algunos escarabajos, pedazos de piel y cueritos de conejos.

Su primer trabajo de taxidermia se dio por accidente. Su padrino le había regalado unos patitos y cuando nadaban en el arroyo de su pueblo empezaban a desaparecer. Con una carabina Domingo disparó en dirección del agua, pensando que podía ser un yacaré. Más adelante descubrió que algo colgaba de un árbol hasta el piso: era la boa sudamericana, de un metro sesenta. “Mi padrino me dijo tenés que colgarla, si mide 1.60 en unas horas va a medir 1.80 porque la piel se estira. Ese ejemplar fue el primero con el que comencé en esta labor”, recuerda, mientras abre grande los ojos. Después siguieron todo tipo de animales grandes y pequeños, desde ñandúes, yacarés, ciervos, conejos, peces, aves, hasta mariposas y escarabajos.

SU MASCOTA: EL EMÚ AUSTRALIANO

Un trabajo muy especial para Domingo fue el que hizo en un emú australiano, animal enorme de casi dos metros, similar al avestruz, al que considera su mascota. El emú llegó a sus manos en el año 1980. Pertenecía al Zoológico de La Plata y muere a raíz del maltrato y por la costumbre de la especie de comer todo lo que brilla.

Mantuvieron el animal muerto en un freezer hasta que el director del zoológico de ese entonces le pidió que haga su trabajo sobre el ejemplar. “El cuerpo estaba en estado de putrefacción y tuve que implementar una técnica para frenar el proceso de descomposición. Luego realicé la autopsia y me encontré con que en la parte del cuello había un corte porque comía vidrio. Voy a la parte de las vísceras y me encontré con que en el buche tenía un kilo y medio de vidrio, que estaba en estado de canto rodado, es decir que el mismo jugo gástrico le sacó el filo al vidrio. Ese trabajo lo hice con dos ayudantes en el Instituto de Taxidermia que tenía en ese entonces en calle 49 entre 4 y 5. Desde ese momento pasó a ser mi mascota”, dice satisfecho.

Domingo llegó a conducir su propia escuela de taxidermia en 49 entre 4 y 5. Acudían a sus clases estudiantes de Zoología y Biología Marina, paleontólogos, coleccionistas, pescadores y todo aquel que quisiera descubrir los secretos de este arte. Más adelante, la Municipalidad emitió un informe que clausuraba los locales porque las paredes no tenían azulejos.  Fue así que empezó a brindar conferencias y charlas en distintas instituciones de todo el país.

Según el especialista en taxidermia, no se necesitan conocimientos previos para poder estudiar este arte. “Cualquier persona puede hacerlo, desde un chico de diez años”, enfatiza. Luego detalla el proceso que recibe un animal cuando llega a sus manos. “El primer paso de la técnica es desollar y curtir la piel, después se toman medidas y se modela el cuerpo con los huesos como estructura. Se usa arcilla, estopa, yeso, viruta de madera, fibra de vidrio, espuma de poliuretano, bórax; formaldehído, siliconas, bicarbonato de sodio, borato de sodio, sal, alcohol y alcanfor. También se pueden usar otras sustancias, pero son más venenosas”, afirma Domingo.

El tiempo de disección de un animal pequeño como un mono de la raza aulladora o carayá tarda aproximadamente cuatro días. “Se prepara el animal y se le inyectan los elementos químicos. Se deja reposar por 72 horas, que es cuando el trabajo ya está terminado”, sostiene y agrega que “la expresión se le va dando durante el proceso, para que tome la forma en la que se quiere que quede el animal, para eso se usan cartones, se le da la postura al animal y la expresión en la que lo vamos a dejar”.

Los trabajos pueden ser “eternos”, asegura Domingo, “siempre y cuando esté conservado en unas cubas de vidrio de manera hermética y se le rocíe sustancias que eviten el desarrollo de hongos que ocasionarían la descomposición”.

“No hubo ningún animal que me resultara imposible”, dice con satisfacción y aclara que los trabajos siempre se hacen sobre animales que llegan por muerte natural.  “La gente me pedía mucho eternizar las mascotitas de la casa, y he hecho muchísimas mascotas, pero en esos casos no les encuentro sentido. Distinto es trabajar con otros animales que sirven con fines educativos y que mucha gente no tiene otra forma de verlos si no es por estar expuestos en un museo”, afirma.

Otros de sus logros fue desarrollar una técnica propia para conservar los ojos en sus trabajos. “Mi técnica es utilizar el mismo ojo: saco el humor vitreo y lo reemplazo por un compuesto que he desarrollado, saco el humor acuoso y también lo reemplazo. Así, el ojo queda de manera natural. Aunque muchos digan que no se puede hacer o desconozcan el procedimiento.  A mí siempre me gustó investigar y por eso tengo técnicas propias”, dice sonriente. En caso de no usar su técnica, los ojos en la mayoría de obras son de vidrio o de plástico.

Llevamos casi una hora de charla y seguiríamos buceando más por la interesante vida de Domingo, quien también nos revela es profesor de Lengua Árabe, pero nos recuerda que tiene una cita con alumnos que lo esperan. Preguntamos si alguno de su familia sigue con su legado y nos dice que no. “Tengo tres hijos: un varón y dos mujeres y ninguno siguió mis pasos”. “Mi esposa sí trabajó conmigo durante mucho tiempo. Fue la expresionista que les daba la postura y gestos a los animales que trabajamos”, comenta sonriente.

Antes de irse, Domingo dice que su gran satisfacción es haber donado su “pequeño museo de ejemplares”, como él lo llama, para que los niños puedan ver y tocar animales a los que de otra forma no podrían acceder. Menciona que su deuda pendiente es poder escribir un libro con todas sus experiencias, no sólo como taxidermista, sino también sus días en la Armada en el buque oceanográfico de investigación ‘Capitán Cánepa’ y sus aventuras en su querida Villa Ocampo.

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