viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº1941

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Lado B

Cuchi Leguizamón, recuerdos del genio vanguardista del folclore

Compositor y poeta salteño, se trata de uno de los más grandes creadores del folclore. Su obra ostenta un caudal sonoro que "no tiene precedente ni equivalente en ninguna otra música popular de cualquier cultura", sostuvo el autor que lo retrató.



Según el diccionario de la Real Academia Española, un polímata es una persona con grandes conocimientos en diversas materias científicas o humanísticas. El término proviene del griego y significa “aprender mucho”. Esa es la idea que tenemos del hombre del Renacimiento, que estaba capacitado para la observación, las artes, la filosofía y los inventos. También se le llamó, en su expresión latina, Homo Universalis, o sea, hombre de espíritu universal. Estas clasificaciones un tanto sesudas hubieran hecho morir de risa a Gustavo “Cuchi” Leguizamón si, en una hipotética sobremesa (“La razón de la buena mesa es la sobremesa”, supo decir) se le hubiese dicho que eran aplicables a su persona.

Pero el Cuchi Leguizamón fue, a su modo, un polímata. A su reconocidísima trayectoria como músico, de la que nos ocuparemos, hay que sumarle su título de abogado y su defensa de pobres y ausentes (ahí están la explícita Chacarera del expediente y Panza Verde, este último sobre el reclamo de un cacique wichi a quien patrocinó y que fue asesinado, para atestiguarlo), sus cualidades como profesor de historia y de literatura en el Colegio Nacional de su amada Salta, su labor como diputado provincial extrapartidario por el Movimiento Popular Salteño entre los años 1965 y 1966, sus dotes como rugbier en su juventud, su melomanía (fan reconocido de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg, Berg, Satie y Beethoven, como así también de Art Tatum, Oscar Peterson, Billie Holiday, Duke Ellington, Enrique “El Mono” Villegas, Antonio Carlos Jobim, Chico Buarque, Milton Nascimento y Vinicius de Moraes) y sus habilidades como cocinero amateur (con especialidades como el locro pulsudo y el cabrito, y la lógica ponderación de la empanada salteña) como corresponde a todo amante del buen comer y el buen beber.

Los dúos compositivos que Leguizamón formó con el poeta Manuel J. Castilla, con Jaime Dávalos, con Armando Tejada Gómez y con Miguel Ángel Pérez dentro del folclore son comparables, para la música popular argentina, con las duplas tangueras que Aníbal Troilo tuvo con Homero Manzi y con Cátulo Castillo.

Para Gustavo "Cuchi" Leguizamón, el músico popular debía ser anónimo.





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Para Gustavo "Cuchi" Leguizamón, el músico popular debía ser anónimo. cuchi leguizamon ing

Vidalas, cuecas, carnavalitos, chacareras y por sobre todo zambas, todo visto desde la perspectiva de un adorador de la baguala (“Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra”) y que, al mismo tiempo, se permitía incursiones vanguardistas como el concierto de campanas que llevó a cabo en Salta… ¡el 20 de febrero de 1963! O sea: treinta y cinco años antes de la incursión del español Llorenc Barber en los campanarios porteños en 1998 (repetida en 2008).

El Cuchi también intentó llevar a cabo un concierto de locomotoras, “ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha”, según sus palabras. No pudo llevarlo a cabo, pero se ganó para siempre la simpatía del gremio ferroviario de su provincia. También hay que mencionar el tomo anti clerical de las Coplas del Tata Dios ("Pobrecito Tata Dios, no le queda un solo amigo, siempre rodeado de adulones, que van a chuparle el vino. Pobrecito Tata Dios, ni siquiera cantar sabe, sin sentimientos ni sueños, no tiene Dios que lo ampare") que en 1966 fueron de inmediato observadas por la Iglesia y vetadas por la dictadura militar de Juan Carlos Onganía.

El Dúo Salteño (Néstor “Chacho” Echenique y Patricio Jiménez) fue, para muchos, su más grande creación. Como una suerte de Phil Spector del folclore del Norte argentino el Cuchi, en su labor de director musical, introdujo una formación muy novedosa para casi el final de la década del '60: dos voces en contrapunto y dos guitarras. Mientras que la voz de Echenique registra un tono de contratenor, el registro vocal de Jiménez es de barítono, y todos arreglos y las armonías eran escritas por el Cuchi en ese “dúo que era un trío”. La pomeñaElogio del vientoZamba del laurel (“Si lo verde tuviera otro nombre debería llamarse rocío. Si pudiera crecer desde el agua al laurel volvería a la infancia del río”), La arenosaZamba del silbadorRonda para Teresa y Zamba de Juan Panadero son algunas de las composiciones del Cuchi popularizadas por el Dúo, que saltó a la fama como revelación del Festival de Cosquín en 1967 y reconocido por la UNESCO con el Premio Tierra para el Desarrollo Cultural en 1990.

Su coqueteo con la vanguardia hizo que el Cuchi fuese uno de los folcloristas más apreciados por el mundo del rock. Así, en su número de febrero de 1981, el Expreso Imaginario le dedicó una nota de dos páginas, donde hablaba tanto de atonalismo como del canto de los sapos y los pájaros. Y en 1984 fue el invitado de honor del Festival de La Falda gracias a los oficios de Mario Luna, un ex alumno suyo en el Nacional de Salta y organizador del evento. Su aparición fue saludada por Luis Alberto Spinetta, que lo calificó de “maestro”, y Fito Páez (quien muchos años después abrió su presentación en el Festival Folklórico de Cosquín con Me voy quedando) y sirvió para que Leguizamón comenzara una larga amistad con Litto Nebbia, con quien tocó La pomeña y quien, en su sello Melopea, le publicó un registro en vivo del año 1983 y la banda de sonido de la película La redada del director salteño Rolando Pardo, donde el Cuchi actuaba de gendarme y Litto de ángel.

“La fama es para cualquiera. Si no, mírelo al tata Dios, siempre rodeado de adulones, pero solito y ausente. No, un músico popular no puede aspirar a volverse famoso. El músico popular tiene que volverse anónimo. Ese es el mayor honor que le pueden dar a un músico popular”. De a poco, el deseo de anonimato multitudinario del Cuchi se fue haciendo realidad mientras, lamentablemente, su deterioro físico aumentaba, primero con la pérdida de la audición y luego con la de la memoria, que lo hizo olvidar incluso de cómo tocar el piano. Gustavo Leguizamón murió el 27 de septiembre de 2000, dos días antes de cumplir 83 años. Hay un verso de Tejada Gómez para una música suya, que se da la mano con la reflexión anterior y sirve como un perfecto epitafio de su vida y su obra: “Muero para volver, juntando el rocío en la flor del laurel”.

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