martes 30 de diciembre de 2025
- Edición Nº2582

Provincia

Mar del Plata

Cuando sube el mar, baja el derecho: la playa "privatizada", cercada por sogas

11:01 |Carpas sin gente y arena vedada al público exponen una postal cada vez más frecuente en plena temporada.



Un video grabado en Mar del Plata volvió a poner en primer plano una postal que ya no sorprende, pero sí indigna: sogas, carpas y límites artificiales avanzando sobre la arena como si el mar tuviera dueño. La escena, registrada en Playa del Faro Norte, expone con crudeza un conflicto estructural que se profundiza temporada tras temporada: la privatización de hecho del espacio público costero.

“Vengo a disfrutar este paraíso y me encuentro con una soga”, dice el vecino que grabó el video viral. No es una metáfora. Es una delimitación física, concreta, instalada a metros del mar por un balneario privado que, en la práctica, impide el libre acceso a la playa. El detalle no es menor: horas antes, según señala el propio testimonio, el agua había llegado hasta ese punto. Cuando la pleamar sube —y sube cada vez más— la franja disponible para quienes no pagan carpa se reduce al límite de lo inexistente.

Balnearios vacíos, playa clausurada

Las imágenes son elocuentes y difíciles de justificar. Grandes extensiones de arena ocupadas por carpas privadas, sin clientes, sin movimiento, sin uso real. Sin embargo, vedadas. “Cuando hay pleamar no hay playa pública”, resume el vecino mientras enfoca un sector completamente vacío. El contraste resulta obsceno: espacio de sobra, pero no para todos.

La frase que define la escena —“un monumento a la avaricia”— no parece exagerada. ¿Qué lógica sostiene que un bien común, natural y finito quede reservado para un negocio que ni siquiera se está explotando en ese momento? ¿Qué control existe sobre el avance de estas concesiones cuando la erosión costera achica año a año la superficie de arena? Hasta ahora, ninguna autoridad local - Agustín Neme o Guillermo Montenegro- ni del Ente de Turismo, ni de Mar del Plata esgrimió ni una sola respuesta.

El mensaje implícito: arréglense como puedan

 

 

“Todo vacío, ocupado por el privado y bueno, el vecino que se arregle”, lanza el autor del video con ironía amarga. Detrás del comentario hay algo más profundo que una queja circunstancial: la sensación de abandono, de ausencia del Estado, de reglas que parecen escritas siempre a favor de los mismos.

No se trata solo de sogas. Se trata de una forma de gestionar la costa que naturaliza la exclusión y convierte el acceso al mar en un privilegio. El cierre del testimonio, casi como una advertencia, deja flotando el hartazgo social: si no hay lugar en la arena, habrá que saltar la soga y ver quién viene a echarte.

En pleno inicio de temporada, con miles de turistas llegando y con marplatenses que sienten que su ciudad se les achica, la discusión vuelve a escena con más fuerza. La erosión avanza, las carpas también, y el espacio público retrocede. La pregunta ya no es si el problema existe, sino por qué persiste y quién decide que la playa —ese símbolo histórico de lo colectivo— termine fragmentada por sogas.

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