La jura de los senadores bonaerenses apenas duró unos minutos en paz. Lo que vino después volvió a exponer, casi sin sutilezas, el desgaste estructural que atraviesa al peronismo bonaerense desde hace más de dos años desde todos sus ángulos: el choque permanente entre el kicillofismo y el cristinismo. Esta vez, la pelea es por la vicepresidencia del Senado, pero detrás aparece las verdaderas causas de la tensión: quién define el futuro del peronismo en una verdadera pulseada.
Una disputa de poder con nombre propio
El lugar donde se produce el estallido no es detalle menor. La vicepresidencia primera del Senado es tercer puesto en la línea de sucesión provincial y constituye una llave política en un momento donde Buenos Aires es el principal territorio de resistencia para el peronismo nacional. Hasta ahora, ese cargo lo ocupaba Luis Vivona, uno de los hombres del cristinismo duro. Con su salida hacia Diputados, el sector alineado con Cristina busca retener la silla colocando a uno de sus propios dirigentes, entre ellos Mario Ishii, La Cámpora u otro nombre señalado directamente por la ex presidenta.
En tanto, Kicillof insiste en la disputa de espacios desde donde construir autonomía política y capacidad de decisión. Ese es el verdadero objetivo del MDF. No se trata solamente de nombres, sino de ganar estructura, sobre todo después del armado en la Cámara Baja, donde no logró posicionar a los propios en el esquema de autoridades.
De este modo, para el camporismo, Axel vuelve a “victimizarse” para ganar volumen interno y presentarse como un liderazgo en peligro. Para el kicillofismo, La Cámpora juega directamente a bloquear la gobernabilidad provincial, empujando a la ruptura. Las acusaciones cruzadas ya no sorprenden. “Quieren todo”, se escucha desde el entorno del gobernador, mientras que desde el cristinismo retrucan: “Si no son víctimas, se quedan sin política”. El tono deja a todas luces expuesta la desconfianza de ambas partes
La rosca de fondo
Si Mario Ishii logra la vicepresidencia con apoyo camporista y massista, será una señal clara respecto de dónde se está rearmando la centralidad peronista. El massismo reaparece como jugador –donde Malena Galmarini resulta una pieza esencial–, La Cámpora conserva la llave institucional y el gobernador queda cada vez más aislado dentro de su propio territorio político. El objetivo detrás es uno solo: cada uno quiere llegar a 2026 con control institucional para definir candidaturas, reorganizar el mapa bonaerense y construir poder negociador hacia el plano nacional.
Kikuchi hasta marzo: empate incómodo
La incapacidad de acordar dejó por ahora a Carlos Kikuchi reteniendo la vicepresidencia hasta marzo, cuando se abra el período ordinario de sesiones 2026. La imagen es de máxima precariedad política y funciona como síntoma: el peronismo bonaerense no tiene conducción unificada ni estrategia común. Mientras tanto, Berni reclama disputar la silla, Ishii ofrece territorialidad, La Cámpora ordena su tropa, el massismo vuelve a escena y Kicillof intenta que su palabra tenga peso real. Demasiados actores para un solo sillón.
Nada indica, por ahora, que la fractura pueda resolverse. Lo que se vio en la Legislatura no fue un episodio aislado, sino la expresión visible de un peronismo atravesado por tensiones profundas, con liderazgos superpuestos y sin mecanismos internos para ordenar la disputa. La pregunta de fondo es si la Provincia seguirá funcionando bajo ese frágil equilibrio, o si la tensión terminará por quebrar definitivamente el bloque en el corto plazo. Por ahora, la vice sigue vacante.