
Cuando Bettina Tommei estudiaba arquitectura, algo no terminaba de cerrar. Las estructuras, los planos, los renders, la obra: todo era técnicamente perfecto, pero faltaba algo. "Durante la carrera sentí que le faltaba la parte humana. Me imaginaba dibujando en una computadora o dirigiendo una obra, pero no había lugar para lo afectivo", recuerda.
Quizás por eso, en paralelo a la universidad, también se formó como maestra jardinera. El contacto con la infancia le permite mantenerse cerca del juego, la sensibilidad y la escucha. Hasta que un día descubrió que existía otro modo de construir: la bioconstrucción. Fue entonces cuando todo empezó a tomar forma.
"Empecé a ir a encuentros, a hacer talleres, a formarme. Y cuando regresó al Delta, un lugar que siempre amé, decidió comprar un terreno y empecé a construir mi casa", cuenta. En cada pared se aplicó una técnica distinta. Con sus propias manos mezcló barro, paja y fibras. Su casa fue, también, su gran aula.
"Cada muro lo hice junto a alguien. Mi casa tiene un poquito de muchas personas que vinieron a ayudarme. Las paredes tienen su energía", dice. Hoy vive rodeado de río, vegetación y silencio. También es parte de la comisión de bioconstrucción del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires y de la Red Argentina de Construcción con ProTierra.
La tierra, dice Bettina, tiene infinitas ventajas: “No solo es más saludable para quienes la habitan y la construyen, sino que no genera escombros, regula la humedad y la temperatura, y disminuye mucho la huella ambiental”. Su objetivo es claro: que la tierra sea reconocida como un material más dentro del sistema constructivo legal. Que no se la vea como algo precario o improvisado. "No por ser de barro tiene que ser un ranchito. Hay mucho desconocimiento. La tierra no es negocio, por eso no se difunde".
A través de su estudio, Tika Bio, Bettina junto a su socia, Mercedes Codone, diseñan casas de barro para otras personas. Cada proyecto es distinto, dice, porque también lo son las familias. "Lo que me mueve es que se sientan cómodos, que el espacio tenga su identidad. No hay una fórmula".
Además de su labor como arquitecto, abrió unas cabañas para alquilar en la isla del Delta en Tigre, Casa Quinta de Río. "Quería estar más en la naturaleza, no salir tanto, y también tener otro ingreso. Pero más allá de lo económico, me gusta recibir gente, compartir, crear vínculos. Cada persona que viene deja algo. Me dejan regalos, buenas reseñas. Es una ida y vuelta hermosa".
Según su experiencia, el Delta tiene esa magia de detener el tiempo, de bajar el ritmo. “Las cabañas invitan a salir del chip de la ciudad, a relajarse, a ver y sentir que se puede vivir de otra manera”, finaliza.
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