
Coches blindados, guardaespaldas y estrictos protocolos de seguridad protegen a los líderes políticos, religiosos o culturales de todo el mundo en sus desplazamientos y apariciones en público. Toda precaución es poca si se tiene en cuenta que son el centro de atención en actos políticos, mítines electorales, celebraciones eucarísticas o conciertos. Estar expuestos ante grandes multitudes de personas les expone como blanco en ciertas situaciones en las que, ante cualquier fallo en el sistema de seguridad, se pueden producir circunstancias de riesgo.
Es el caso de un hombre brasileño de 35 años que ha sido detenido hoy por apuntar con un arma, a pocos centímetros de la cabeza, a la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, mientras esta saludaba a la multitud de personas que se agolpaba en las inmediaciones de su domicilio. Por motivos que se desconocen, la pistola, cargada con cinco balas de calibre 380, no se disparó a pesar de estar engatillada, razón por la que Fernández pudo salvar su vida y evitar ser víctima de un magnicidio.
A lo largo de la historia reciente, han sido muchos los magnicidios cometidos contra personas relevantes. Sin ir muy lejos, el más reciente ocurrió el pasado 8 de julio cuando el ex primer ministro japonés, Shinzo Abe, fue abatido a tiros durante la celebración de un mitin político en plena campaña electoral. Justo un año antes, el 7 de julio de 2021, fue el presidente de Haití, Jovenel Moise, el que resultó asesinado a manos de un grupo de hombres armados que entraron en su residencia de Puerto Príncipe.
Otros magnicidios sonados fueron el de la ministra de Exteriores sueca, Anna Lindh, apuñalada en un centro comercial de Estocolmo en 2003 o el asesinato a tiros del líder de la ultraderecha neerlandesa, Pim Fortuyn en 2002. En Reino Unido, el diputado conservador David Amess fue apuñalado por un joven de 25 años en 2021, mientras que la diputada laborista Jo Cox falleció tras ser tiroteada en 2016.
Pero si volvemos la vista atrás, han sido muchos los líderes asesinados a lo largo de la historia. En 1995, fue el primer ministro israelí Isaac Rabin el que recibió dos disparos mortales por parte de un ultranacionalista opuesto a sus iniciativas en el conflicto palestino-israelí. En 1986, Suecia fue testigo del magnicidio contra el exprimer ministro Olof Palme, asesinado de un tiro por la espalda en plena calle cuando volvía del cine con su mujer.
Indira Gandhi, primera ministra de India, fue acribillada a tiros por dos de sus guardaespaldas en 1984 en represalia por la muerte de 900 personas a manos del Ejército indio que clamaban por la independencia del estado indio del Punjab. También en India fue asesinado Mahatma Gandhi, líder espiritual y político del país, a manos de un fanático religioso contrario a su ideología. Era el año 1948.
Pero, sin duda, uno de los magnicidios más sonados de toda la historia fue el del presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy en 1963 tras recibir dos disparos mortales mientras circulaba en el vehículo presidencial por la ciudad de Dallas. Cinco años después, su hermano, Robert Kennedy, también murió asesinado durante la campaña electoral en California. Ese mismo año, en 1968, en plena lucha por los derechos de las personas negras, moría de un disparo en la cabeza el activista Martin Luther King mientras saludaba a sus seguidores desde un balcón en Memphis.
España también ha sido testigo de diferentes magnicidios. El más reciente se produjo en 1973, cuando la organización terrorista ETA perpetró el asesinato del entonces presidente del Gobierno franquista Luis Carrero Blanco. Mientras se dirigía en coche a su despacho, una bomba hizo que el vehículo en el que viajaba se elevara 30 metros por los aires, muriendo al instante.