
El 16 de agosto de 1977, hace 45 años, moría Elvis Presley. El Rey, el hombre que cambió la música moderna. El que le agregó sensualidad y sexualidad, el que atrajo a los jóvenes. La estrella de cine. El de la voz que cautivó a varias generaciones. El mito moderno que envejeció prematuramente y que se fue derrumbando a la vista de todos. Un hombre destrozado de 42 años que murió solo, a pesar de que decenas de millones lo amaban.
De todas maneras, todavía muchos sostienen que Elvis sigue con vida. La muerte habría sido un montaje, una manera de escabullirse de la fama y de los problemas que lo rodeaban, de intentar vivir una vida tranquila.
Elvis está vivo, dicen. Y afirman que la tarde que se conoció su muerte, un Elvis camuflado y con el nombre falso de John Burrows tomó en Memphis un avión hacia Buenos Aires. Tras aterrizar en Ezeiza, una limusina escoltada por dos Falcon lo llevó a una quinta en Parque Leloir donde permaneció, al menos, varios años. Que no hubiera vuelos directos desde esa ciudad a Argentina, que la limusina hubiera constituido- en especial en los setenta- un medio ligeramente ostentoso para pasearse por el sur bonaerense y que nunca hubiera aparecido material fotográfico o fílmico n de su estadía argentina, no parecen obstáculo para que muchos todavía crean la versión. Tampoco loa amedrentaron los informes médicos, los testimonios de los que presenciaron el deceso, los documentos oficiales que certificaron la defunción, ni el sentido común.
Según estas teorías conspirativas, Elvis habría seguido la estela de varios más que fingieron su muerte para perderse en Argentina. Se supone que lo que los tienta no es la estabilidad política. Tal vez eligen el país por el asado o porque las crisis económicas hacen que el tipo de cambio siempre sea conveniente para ellos.
Cada 8 de enero se festeja el cumpleaños de Elvis en Graceland. En 2017, entre el público apareció este señor junto a varios guardaespaldas. En las redes muchos sostuvieron que era el mismo Elvis viendo cómo era recordado
Una página de Facebook, Evidence Elvis Presley is Alive, permite seguir los avances en estas teorías, los nuevos aportes y los posibles “avistamientos”. Así nos enteramos que podría estar escondido detrás de la fachada de un pastor que canta canciones de iglesia llamado Bob Joyce. O que 5 años atrás en la celebración que todos los 8 de enero se realiza en Graceland para conmemorar su cumpleaños, apareció junto a varios guardaespaldas para controlar en persona cómo es recordado: un hombre de gran contextura, barba blanca como Papá Noel, gesto imperturbable y anteojos negros; irreconocible excepto para los que creen que todavía sigue vivo.
Cada tanto hay noticias de estos “avistamientos” y siempre se celebran como una gran revelación. Los motivos que lo habrían hecho fingir su muerte varían según el emisor. Algunos creen que su primer destino no fue Parque Leloir sino una clínica de desintoxicación norteamericana; otros que se convirtió en testigo protegido de la justicia de su país tras denunciar a algunos capos de la mafia; están los afirman que sus contactos con la CIA vienen desde principios de los años setenta tras su encuentro en la Casa Blanca con el entonces presidente Richard Nixon. Muchos juran que ese 17 de agosto, un helicóptero negro lo sacó de Graceland, o que el que estaba en el ataúd no era él y/o (los argumentos no suelen ser excluyentes) que el ADN del cadáver no era el suyo.
Hace unos años una encuestadora norteamericana determinó que más del 10 por ciento de la población creía que Elvis seguía con vida. Internet sólo ayudó a que esas teorías proliferaran.
Sin embargo, todas las evidencias demuestran que Elvis murió, 45 años atrás, tras colapsar en Graceland.
Elvis Presley en Hawaii en marzo de 1977, sus últimas vacaciones. La joven es Ginger Alden, su novia, la que lo encontró después del mediodía del 16 de agosto tirado en el baño de Graceland (Photo by Michael Ochs Archives/Getty Images)
La joven y bella Ginger Alden se despertó cerca de las 2 de la tarde y vio que su pareja no estaba en la cama. Lo llamó desde allí, sin levantarse. Al no recibir respuesta, fue a buscarlo. El baño era una habitación más de la magnífica mansión. Amplio y luminoso, tenía una gran bañadera de tres metros de diámetro, televisor, y el inodoro era un gran trono negro con incrustaciones en oro.
Pero Ginger, de 20 años, no pensó en ese momento en el lujo del mobiliario. Al entrar vio a su pareja desparramado en la alfombra. El pantalón del pijama dorado enrollado en los tobillos, un libro tirado a un costado de su voluminoso cuerpo (algunos dicen que era sobre la historia del Santo Sudario; otros que era uno ilustrado sobre las mejores posturas sexuales para cada signo del zodíaco) y la cabeza sumergida en un charco de vómito.
Ginger pegó un grito. Había más impresión que dolor o sorpresa en el alarido. Golpeó la espalda del hombre, intentó zamarrearlo pero, por supuesto, no hubo respuesta. Alertado por el grito llegó corriendo uno de los guardias de seguridad y quiso dar vuelta el cuerpo. Era imposible por su peso. Recién lo logró con la ayuda de otros dos.
Vernon Presley se agarraba la cabeza apoyado contra una de las paredes y con un llanto ahogado se despedía de su hijo. En un rincón, sin que nadie le prestara atención, Lisa Marie, la hija de 9 años, lloraba a su papá hecha un ovillo, escondiendo la cabeza contra las piernas.
Unos 10 minutos después llegó el médico y ordenó llevarlo a un hospital. Aunque todos sabían que nada se podía hacer, levantaron los más de 130 kilos para llegar a la ambulancia que se acercaba. Pero ya era inútil.
Hacía unas horas que Elvis Presley, de sólo 42 años, estaba muerto.
Los últimos años de Elvis habían sido bastante parecidos entre sí. Lo único que los diferenciaba era que cada año era un poco peor que el anterior. Discos malos, perezosos; actuaciones en vivo erráticas, sin el menor rigor, en las que el público salía siempre defraudado; y un físico cada vez más vapuleado que mostraba, en cada desconcertante aparición pública, un deterioro evidente. Y su manager, el Coronel Parker, tratando de exprimir los vestigios y jirones de su estrella, sometiéndolo a un ritmo de presentaciones que no podía afrontar. La única previsión que Parker tomó fue la de crear un plan de contingencia para que si en medio de un tour, los excesos terminaban con Elvis, fuera llevado de urgencia y en secreto a Graceland para evitar engorrosos trámites posteriores.
No es casual que de todo el ejército de imitadores de Elvis que pululó en todos estos años, la mayoría emule al último Elvis, al de mediados de los 70. Ese Elvis es una caricatura de sí mismo. Pero una caricatura cruel, hecha sin ternura, que sólo resalta los costados sórdidos del personaje, que olvida su genio. Las patillas enormes, el sobrepeso, la papada de múltiples pliegues, las camisas abiertas, la transpiración demasiado abundante, el jadeo trabajoso, el ritmo respiratorio en la frontera del Epoc.
Su último resplandor había ocurrido en 1969 con sus inaugurales presentaciones en Las Vegas. Un gran regreso después de unos años opacos, burocráticos. Otra vez provocó un furor. Pero ese nuevo esplendor duró hasta 1970. A partir de ese momento, el derrumbe a la vista de todo el mundo.La tapa del National Inquirer del 6/9/77. Ese fue el número más vendido de la historia del tabloide sensacionalista. más de 6 millones de ejemplares. Le pagaron 18.000 dólares a un primo de Elvis para que sacara la foto
Sus pasos de baile se volvieron grotescos, lo mismo que esas tomas de karateca que improvisaba en escena (más de una vez y ante la permanente suba de peso, en medio de esos movimientos se le rompió la entrepierna del pantalón). Sin embargo en la mayoría de sus presentaciones seguía habiendo destellos del artista que menos de dos décadas antes había estremecido al mundo. La interpretación de Unchained Melody al piano mientras alguien le sostiene el micrófono en uno de sus últimos shows sigue conmoviendo.
A pesar de su estado físico seguía exudando sexualidad, seguía imantando a las audiencias y cada tanto su voz volvía a aparecer en gran estado. Ese traje blanco cada vez más apretado, con sogas colgando, con el cuello levantado, en otro hubiera quedado ridículo pero a él no. En esos momentos todos recordaban que ese hombre seguía siendo Elvis Presley, el Rey.
A Elvis ya parecía no importarle su público. A Elvis ya no le importaba nada. Su cabeza naufragaba entre nubes de confusión, pensamientos obnubilados y frases trunca. La influencia de calmantes y otras sustancias era evidente. Pasaba gran parte de sus días en Graceland, su mansión de Memphis. Leía libros sobre espiritismo, miraba televisión y no hacía mucho más a la espera de que llegara el momento de encarar una gira, entrar al estudio o ir a Las Vegas para hacer alguna de sus dos temporadas anuales.
El paisaje de esa época del Rey del rock es desolador. Su soledad estremece. La paradoja es evidente. El contraste que produce el no poder moverse en público por su fama extrema, por las pasiones que motiva, y la soledad y el vacío en el que vivía.
Elvis Presley se fue muriendo a la vista de todo el mundo. En vivo y en directo. La degradación fue pública pero seguía recibiendo vivas, aplausos y bombachas sobre el escenario. Casi incitado a ir por más, a caer más bajo.
Otra de las costumbres de Presley que se convirtió en mítica era su capacidad para ingerir demenciales cantidades de calorías por día. Más de 10 mil. Tomaba al menos 3 litros de gaseosa diarios. Su sandwich favorito tenía 8 mil calorías y en alguna ocasión viajó en avión privado hasta Denver para comer uno. Era el Fool’s Gold Loaf. Entre dos panes enormes un frasco de manteca de maní, otro de mermelada de arándanos y varios cientos de gramos de panceta en el medio. Una bomba. El otro sandwich de su preferencia era el de banana, manteca de maní y panceta pero una vez que estaba prensado se lo hacía freír. Sus hábitos de comida eran suicidas.
La rutina diaria empezaba a las 4 de la tarde, hora en que se despertaba. Vivía sumergido en un jet lag eterno. Un abundante desayuno y luego unas pocas actividades actividades.
Apenas se supo de la muerte de Elvis, decenas de miles de personas se congregaron en la puerta de Graceland. Es de esos acontecimientos históricos en el que los norteamericanos se acuerdan exactamente qué estaban haciendo en el momento en que se enteró. Pearl Harbour, el asesinato de Kennedy, la muerte de Elvis. “Nunca estaremos tan de acuerdo en algo como lo estuvimos sobre Elvis cuando apareció” escribió el crítico Lester Bangs para explicar el porqué de esa devoción. Unos días después el funeral fue acompañado por casi 100 mil personas, un larguísimo cortejo, televisado para todo el mundo.
Los medios sensacionalistas buscaron con desesperación aprovechar la situación. El que ganó la partida fue el National Enquirer que semanas después publicó en tapa una foto de Elvis en el cajón. El morbo pudo más que la sanción social: fue el número más vendido en la historia del diario: más de 6 millones de ejemplares. La historia de esa foto: apenas se supo la noticia de la muerte, el Inquirer mandó a seis de sus mejores periodistas a Memphis con una valija con 50.000 dólares en efectivo. El dinero era para pagar exclusivas de familiares y vecinos. Convencieron a un primo de Elvis que ingresara con una cámara escondida en su abrigo (prensa sospechosa ya que era pleno verano) y sacara una foto al ataúd abierto. Después de tres intentos lo consiguió: cobró 18.000 dólares.
Se adujo que la causa de la muerte fue una arritmia. Otros dijeron que se debió a una constipación producida por su dieta criminal y por el exceso de barbitúricos. Vernon Presley, el padre de Elvis, prohibió que se hiciera público el resultado de la autopsia durante 50 años: habrá que esperar 5 años más. Elvis arrastraba varios problemas de salud. Sus órganos habían envejecido prematuramente debido al maltrato recibido.
Se supo que su médico personal le prescribió más de 8 mil pastillas en el último año de vida. En el cuerpo del cantante se encontraron restos de 14 medicamentos distintos. 10 de ellos en dosis exorbitantes. No importan todas las evidencias y constancias que se acumulen. Muchos seguirán pensando que todo es una gran patraña. Seguirán convencidos de que Elvis está vivo y que es un buen tío. Seguirán esperando que los invite a comer.